Por Pegaso
Hoy voy a hablar de la realeza.
Como todos nos hemos dado cuenta, en los últimos días los medios de comunicación masiva, principalmente la caja idiota plana, no hablan de otra cosa más que de la renuncia de los ahora ex príncipes Jarry y Magan a los honores de la realeza británica.
Él, hijo de Lady Dy y ella, una simple plebeya nacida en Los Ángeles, cotorrean por las redes sociales, se enamoran, contraen nupcias y se vuelven la pareja del momento.
Magan vive el sueño de toda mujer del planeta. Conseguirse de un príncipe azul y vivir feliz para siempre.
Sin embargo, no contaba con sus cuñadas, concuñas y demás víboras chirrioneras que abundan en el artificioso mundo de la realeza.
Hasta que le llenaron el buche de piedritas y obligó a su marido a abandonar todo el glamour para irse a vivir a algún suburbio de Canadá.
Dejaron atrás los lujosos castillos y mansiones de Sussex, Buckingham y Windsor para tener una vida más tranquila y relajada, eso sí, forrados de billetes, porque a eso no renunciaron.
Jarry saldrá temprano a la chamba mientras que Magan se quedará en casa a cambiarle los pañales y a limpiar la caca del bebé, como todo mundo en estas latitudes.
Pero la verdad es que no es gran cosa renunciar a un reinado o un principado.
Antes, hace siglos, los reyes eran verdaderos tiranos, amos de horca y cuchillo, dueños de tierras y de vidas humanas.
Si alguien se iba a casar, el rey tenía el “derecho divino” de arrimarle el camarón a la novia antes que el resignado novio.
Si algún plebeyo no le pagaba tributo, la soldadesca iba a buscarlo, le quemaba la casa, se lo llevaban a él y a su familia, lo recluían en una mazmorra y lo torturaban hasta matarlo.
Pocos reyes en la historia de la Humanidad fueron bondadosos. La inmensa mayoría eran individuos ensoberbecidos que llegaron al poder “por la gracia de Dios”, en tanto que otros lo hicieron matando a su antecesor.
Hoy por hoy, la realeza de todo el mundo es más una pantomima. La monarquía ha caído en un triste papel de payasos, eso sí, con un chorro de lana que les da el Estado, pero a final de cuentas, forman parte de un mundillo que nutre las revistas del corazón.
Hay reyes, como Beto II de Mónaco, que sólo mandan en 2 kilómetros cuadrados de tierra y 38 mil personas, pero se dan la gran vida de lujos gracias a un título que heredaron de sus sanguinarios tatarabuelos.
El Papa, una especie de reyezuelo en El Vaticano, tiene menos de medio kilómetro cuadrado de superficie y una población de menos de mil habitantes. El viejón se desenvuelve en medio de grandes lujos mientras que miles de millones de católicos viven las de Caín, sufriendo hambre, enfermedades y desgracias.
Entonces, renunciar a un principado, no es gran cosa. Me imagino que Jarry y Magan quisieron revivir las románticas escenas de la película Un Príncipe en Nueva York (Coming to América, por su título en inglés, estrenada en 1988, con Eddie Murphy, Arsenio Hall y Shari Headley, Director, John Landis).
En el largometraje, el Príncipe de Zamunda, (un ficticio reino africano) Akeem y su fiel acompañante Semmi se van a vivir a Nueva York en busca de una esposa plebeya para el heredero al trono. Tras algunos enredos, logra encontrarla y cuando regresan Akeem le dice que está dispuesto a renunciar al trono con tal de vivir a su lado.
Por supuesto, la bella Lisa le aconseja que no decline a tales honores y colorín, colorado, el cuento se ha acabado y todos viven felices, rodeados de sus vasallos.
Yo no les creo ni tantito. Jarry y Magan seguirán siendo la atención de la prensa del corazón a nivel mundial porque eso es lo que son: Payasos, rocks stars, figuras de entretenimiento para que todos nosotros nos olvidemos, aunque sea por un momento de nuestra monótona existencia y sigamos soñando con ese mundo brillante y seductor que nosotros nos imaginamos que es la realeza.
Va el refrán estilo Pegaso: “Se dirigen legislaciones hacia donde determinan los monarcas”. (Van leyes donde quieren reyes).